Convivimos con la mentira y lo más duro es
que aquellos que nos mienten son los que tienen la obligación de hacer lo
posible por trabajar en beneficio de toda la ciudadanía. Ellos son, además, los
que abandonan toda la lógica y nos dicen que los jóvenes bien formados en los
que hemos invertido mucho dinero de todos, pueden quedar sin trabajo o irse a
otro país que se aproveche de su formación y, sin embargo, los mayores,
aquellos que han dado toda su vida para que nuestro país consiga unos niveles
de producción y servicios importante, sigan trabajando hasta que caben su
propia tumba. Esto debe ser lo que llaman “envejecimiento activo”,
o sea, trabajar hasta que te mueras.
Hay que reconocer que el movimiento de los
pensionistas de estos días puede ser de vital importancia para el logro de un
cambio social. La desigualdad, la corrupción, la mentira y la hipocresía siguen
subiendo de nivel y están consiguiendo un mundo en el que sólo caben unos pocos
rodeados de su egoísmo. La clave del movimiento de pensionistas y las luchas
por la igualdad de la mujer se fundamentan en la impugnación general del
sistema social. Un sistema que trata a las personas como mercancía abundante de
la que se extrae beneficios y sólo se respeta todo aquello que tiene que ver
con los derechos de los que más tienen.
Cualquiera que piense en el futuro de los
jóvenes desempleados de nuestro país y de aquellas otras naciones en las que el
virus del neoliberalismo ha sido inyectado, podrá darse cuenta que el futuro lo
tienen muy negro y se lo tendrán que currar muy mucho para ser ganadores en la
competencia brutal del capitalismo, porque si no, la indigencia y las penurias
se les pegarán como lapas. No nos debe extrañar que según la OMS cada año se
suiciden unas 800.000 personas en el mundo lo que supone una muerte cada 40
segundos. Cantidad que supone más que el total de los muertos causados por la
guerra y los homicidios juntos. No nos debe extrañar, tampoco, que el suicidio
sea la segunda causa de muerte de los jóvenes. Estos suicidios tienen relación
inevitablemente con las crisis, la desigualdad y la falta de recursos
económicos.
En este país de muñequera y bandera, la
recuperación económica está obligando a nuestros mayores a trabajar sin un
mañana y sigue castigando especialmente a los jóvenes: dos millones y medio han
perdido la posibilidad de estar empleados, ocupados y retribuidos
económicamente por su trabajo en nuestro país. La cifra de ocupados entre 16 y
30 años ha caído en el período 2007 al 2017 de 4,9 a 2,5 millones según revela
la media de trimestres de la EPA mientras que en las demás franjas de edad
desciende el desempleo. A la dificultad de acceder a un puesto de trabajo para
los jóvenes también se suma otros factores desmotivadores como que más de la
mitad de los empleos se concentran en la hostelería y el comercio, un tercio de
los contratos no son de jornada completa y más de medio millón está
subempleado, o sea, que ocupa un puesto que exige menos preparación de la que
se ha obtenido, muchas veces con mucho esfuerzo y privación económica[1].
Pero todo se va a arreglar porque España va bien, no cuenta que se
incrementen los índices de pobreza, que la desigualdad suba aceleradamente, que
los trabajos sean precarios y esclavizantes, que los ricos sean cada vez más
ricos, que los pobres sean cada vez más pobres. España va bien y se arreglarán con el tiempo las pensiones, y el
empleo cubrirá todas las necesidades, los viejos a trabajar y los jóvenes ya se
verá, el tiempo nos dará la razón, porque lo tenemos todo controlado. Pero, esto
no es verdad, los jóvenes lo tienen muy negro y algo hay que hacer para que
esto cambie. El sistema de pensiones debe ser público y dentro de las
prestaciones del Estado Social. Dejémonos de cuentos de que la bolsa de la
seguridad social se acaba y de que no hay dinero para las pensiones. Las
pensiones del futuro y las pensiones de hoy, no tienen que ver
con el dinero virtual que se anote en ordenadores o en contabilidades públicas.
Cuando los jóvenes de hoy quieran disfrutar de su pensión lo que es realmente
importante es la cantidad de productos que la sociedad pueda producir y la
cantidad de servicios que pueda realizar. Las personas no comen billetes ni
apuntes contables, comen alimentos y reciben servicios. Lo que es transcendente
es el cómo se reparten los productos y servicios que la sociedad genere en su
día.
Si queremos, por tanto, que los jóvenes
tengan algún futuro, es hoy el momento para tomar medidas, en caso contrario su
futuro hoy obscuro será muy negro y a las personas mayores no las dejaremos
tener su merecido descanso jubiloso.
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