Podemos quemar millones de euros en papel moneda
que, no obstante, los bienes necesarios para la vida y su buen desarrollo no se
habrán reducido ni un ápice, absolutamente nada. Los bienes y servicios que
tenga la sociedad dada, no habrán sufrido ninguna merma. Sin embargo, no
podemos decir lo mismo de los recursos que despilfarramos o, incluso, tengamos
ociosos olvidándonos de su uso en beneficio social.
Si quemamos alimentos como se está haciendo en aras
al funcionamiento del mercado, perdemos la posibilidad de alimentar al que
tiene hambre. Si destrozamos el medio ambiente perdemos la posibilidad de
disfrutar de la naturaleza y ponemos una vela a favor del calentamiento global
y el desastre ecológico. Si destrozamos los parques y las papeleras estamos
destruyendo riqueza que ha sido forjada por las manos del hombre. Si atentamos
contra la salud de las personas estamos disminuyendo su felicidad y aumentando el
coste social, pero, también, las posibilidades que pueden brindar los hombres
formados y sanos a una sociedad también sana. Si cerramos escuelas y hospitales
perdemos servicios esenciales que pueden ofrecernos una mejora de nuestra vida
y potencialidades. Si dejamos en el paro a millones de personas estamos
haciendo un flaco favor a la sociedad y no sólo por su integración en una
sociedad caracterizada por el trabajo, sino, también, por la actividad
productiva en beneficio de la sociedad que con trabajo pudieran haber
realizado. Si incrementamos la desigualdad entre las personas no solo estamos
creando una bomba social de relojería sino que, también, estamos haciendo un
flaco favor a la economía, cosa que los expertos han reiterado de forma contumaz
y abrumadora. Y no hay mayor calamidad, mayor
destrucción, mayor retroceso social que la que se consigue mediante la guerra,
producto de la locura del hombre.
En un reciente trabajo de
investigación se ha observado a la sociedad como un conjunto muy diversificado
y entrecruzado de relaciones entre sus miembros y organizaciones, teniendo en
cuenta cualquiera de las que pueden surgir en los distintos ámbitos a través de
los cuales entran en contacto las personas y las organizaciones. Y se ha
constatado que cuanto más fluida sea la circulación de información y más ágil
la capacidad de respuesta de los distintos agentes ante las situaciones que
puedan deteriorar sus capacidades, más respetuosas con los demás tenderán a ser
nuestras decisiones y, en este contexto, más seguros tenderán a estar todos de
que las pautas de comportamiento de los otros se atendrán a lo esperado, siendo
a su vez lo esperado paulatinamente más coherente con el comportamiento que
cada uno desea de los otros. La formación de un contexto de este tipo tenderá a
mejorar las capacidades de las personas y organizaciones induciendo a
emplearlas de un modo y con unos objetivos potencialmente coherentes con los
proyectos de todos[1].
En resumen nos dice la anterior
investigación que “La tendencia a la confluencia entre lo esperado y lo deseado
implica un creciente respeto mutuo, es decir, una creciente preocupación en
todos por las consecuencias sobre los demás de lo que cada cual hace. El
respeto será a su vez inductor de un contexto favorable tanto para adquirir
capacidades como para tener la oportunidad de desplegarlas. Todo ello puede ser
positivo para las personas concretas, para la sociedad en su conjunto y también
para las sociedades del futuro[2].”
Marx nos aleccionó de que “El capitalismo
es un sistema que transforma cada progreso económico en una calamidad pública.”
Sin duda, el capitalismo que pone como fin el beneficio y la acumulación ha
dado pasos para idolatrar al dinero y su posesión. De ahí que sea actualmente
más importante hacer dinero con el dinero que crear verdadera riqueza. Debemos,
por tanto, tener claro que lo
esencial no es el dinero que es un medio para facilitar la consecución de fines
económicos y desarrollo social, lo esencial tiene que ver más con el respeto al
otro, a la naturaleza y a los recursos limitados de los que disponemos para,
mediante su uso sustentable, facilitar una vida llena de posibilidades a los
que la integran. Pero, tenemos tal obsesión por el “Dios Dinero” que dejamos
que ordene nuestras vidas, que le damos inmenso poder y nos mantiene incapaces
de diferenciar los bienes y servicios necesarios para mantener la vida y
llenarla de contenido, de aquello que simplemente es un instrumento, una
herramienta útil, si se utiliza bien.
El problema, por tanto, no es que quememos dinero o
le tiremos a la basura. Los Bancos Centrales lo hacen a diario. El problema es
que destruyamos los bienes de los que disponemos y mantengamos ociosas
posibilidades de prestar servicios y de mejora social, siendo esenciales, para
este objetivo, la naturaleza en general en la debemos incluir al hombre.
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