Atravesamos tiempos contradictorios. Por muchos
expertos se piensa que la robotización y la tecnología suponen el fin del
trabajo. Por otra parte cada vez es más normal y está a la orden del día el
trabajo esclavizado: la hostelería y la hotelería son ejemplos claros, pero hay
otros muchos. No obstante, si somos capaces de ensamblar esta contradicción
podremos llegar a resultados que supongan un avance social y una mejora en la
vida de las personas. De hecho las innovaciones tecnológicas y la mano de obra
barata han sido germen de los avances del capitalismo, aunque es verdad que
muchas veces se ha transitado un camino equivocado que generaba injusticias y perjudicaba
a la mayoría social.
Si
es verdad que la tecnología y la robotización destruyen muchos puestos de
trabajo, también lo es que nos hacen la vida más fácil y, además, no podemos
olvidar que en estos tiempos todavía quedan muchísimos nichos de trabajo no
explotados que nos ayudarían a mejorar nuestro futuro. La investigación, el
empleo verde, las energías alternativas, los servicios de salud, dependencia,
docencia, etc., son nichos de trabajo que están infra-explotados y son muy
necesarios en este mundo turbulento lleno de amenazas.
A
la vista de las posibilidades y necesidades existentes podemos preguntarnos ¿por
qué a pesar de tantos bienintencionados economistas neoclásicos, casi todas sus
recomendaciones favorecen a los ricos antes que a los pobres, a los
capitalistas antes que a los trabajadores, a los privilegiados antes que a los
desposeídos, a la destrucción de la naturaleza antes que a su conservación y
buen uso? ¿Por qué no se sale de este atasco malintencionado que supone la
crisis que tenemos? La respuesta más probable es que hay a quien no le interesa
que cambien las cosas. Es sorprendente, como dice Steve Keen que “las creencias
y las acciones de los neoclásicos lograran que la última crisis económica fuese
mucho mayor de lo que hubiera sido sin su intervención.”
El concepto de trabajo asalariado, lo que
denominamos empleo, sigue siendo el sistema por el que se vincula el trabajo y
la posibilidad de obtener el sustento vital, la manera de ganarse la vida, pero,
no debemos olvidar que el empleo no es todo el trabajo y que es un invento de
la modernidad: un invento reciente y mal calibrado ya que es la herramienta que
más ha contribuido a la desigualdad entre los semejantes.
Veo lejano el día en el que no dispongamos de
trabajos necesarios para una mejora social. No obstante, es lógico que deseemos
un mundo en el que el trabajo desagradable, penoso y esclavo pueda realizarse
por la máquina. Si llega, además, el día en el que no sepamos o no sea
necesaria la creación de puestos de trabajo, según el concepto actual del
mismo, no sería ninguna locura incorporar la Renta Básica Universal (RBU). Incluso
en situaciones, como las que atraviesa actualmente nuestro país, en las que el
desempleo alcanza niveles injustos, una RBU es una solución humanitaria, rápida
y poco burocrática que nos puede ayudar en la mejora de nuestra economía.
Parece que desde una óptica ultraliberal,
actualmente imperante, la introducción de la RBU, conllevaría reducir o
eliminar políticas de protección social. Y ello significaría que el Estado ya
no debería cubrir la sanidad o la educación porque todos tendrían dinero para
ello y podrían dispensarse por la empresa privada. Pero esto no tiene por qué
ocurrir si las decisiones políticas son las adecuadas y no están basadas en la
ideología neoliberal. La verdad es que mercantilizar los servicios básicos no
me parece buena opción. Hacer depender la salud, los servicios sociales o la
educación de los beneficios empresariales, beneficios que siempre tienden hacia
arriba y olvidan a las personas, no me parece buena elección.
El ensamblaje del empleo con la robotización de la
economía, debe provenir de la productividad de los sectores básicos. El quid de
la buena vida, tiene que ver con el incremento de la productividad, pero no de
cualquier cosa, sea necesaria o no, sino de aquellos bienes y servicios que nos
hacen vivir con dignidad y nos permiten desarrollar nuestras potencialidades y
buscar nuestros sueños en un mundo solidario. Las nuevas técnicas y la
tecnología han sido soporte de las mejoras en la vida de las personas. Recordemos
que la productividad ha ido multiplicándose en los dos últimos siglos, así en
un sector esencial: “la evolución agraria durante 151 años consecutivos: de
1826 a 1977 […] el rendimiento por hectárea se ha multiplicado por seis y la
productividad por hora de trabajo humano por 30[1].”
Recordemos que en España al inicio del siglo XVIII el 85 % de la población se
dedicaba a la agricultura, actualmente no llega al 4 % y exportamos muchos
alimentos. El crecimiento en todos los sectores ha sido asombroso, pero el
problema no es el crecimiento sino el desarrollo humano y el uso del mismo en
beneficio de todos.
La globalización de la economía ha puesto por
delante los beneficios a los derechos humanos. La economía a escala mundial
depende de un complejo entramado de interdependencia unido por un trasporte
incesante que quema en torno a la mitad de toda la energía consumida por la
humanidad[2].
El transporte, por ejemplo, representa el 18% de las emisiones de CO2 y, sin embargo, llevamos plátanos de Colombia
a cualquier parte del mundo a precios imposibles, precios que reducen los de la
producción local en otros lugares. Nos olvidamos de las tecnologías limpias,
tecnologías que no carguen a los ciudadanos con los costes de la contaminación
a veces mortales. Nos olvidamos de un uso eficiente y justo del conocimiento
que entre todos ha aumentado de formar exponencial y que nos debe permitir unas
relaciones más humanas, basadas en la confianza, la cooperación y la
solidaridad.
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